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¡No era COVID, era un bebé! La sorpresa pandémica que me dio un respiro



Era una mañana cualquiera de 2021. Ya sabes, ese año en el que todos andábamos paranoicos por cada estornudo o tos que escuchábamos a cinco kilómetros a la redonda. Mi consultorio, con su clásico aroma a desinfectante y la inconfundible estampa de cubrebocas, se había convertido en mi segunda casa. Entonces, entró ella, con una mirada de cansancio que solo podía ser causada por dos cosas: COVID o haber visto todos los episodios de Grey’s Anatomy en una sola sentada donde había visto todo tipo de padecimientos raros.


María —llamémosla así— era una paciente de 28 años, que llegó con cara de “ya estoy lista para lo peor”. Nada más sentarse me soltó: "Doctor, seguro tengo COVID. Estuve en contacto con un par de personas sospechosas en la última semana". Y es que claro, en esos tiempos, si respirabas cerca de alguien en el súper, ya te imaginabas firmando tu testamento. Pero bueno, uno como médico general aprende a leer entre líneas. María no solo venía con un listado clásico de síntomas pandémicos: malestar general, cansancio, náusea. Había algo más.


Le hice el interrogatorio de rigor, la típica exploración física, y mientras le tomaba la presión y revisaba su abdomen con mi estetoscopio, mi instinto me decía que esta historia iba por otro lado. “Vamos a hacerte unos estudios de sangre”, le dije con mi mejor tono profesional.


Dos días después, llegó el correo con los resultados. Abrí el archivo y... ¡Bingo! Nada de COVID, nada de influenza, nada de lo que todos temíamos. Al contrario, lo que tenía en sus venas no era más que la pequeña chispa de vida que había estado buscando por cinco años. María estaba embarazada.



La cité de inmediato. Entra por la puerta con la misma cara de "traigo COVID, vengo a contagiarte", y yo ya sabía que la noticia iba a ser un bombazo. Le pasé el resultado y le dije: "María, no tienes COVID, pero creo que esto es mucho mejor". Ella miró los resultados, leyó y levantó la vista incrédula. “¿Embarazada? ¿Es una broma?”. Y ahí fue cuando estalló en lágrimas de felicidad. No lo pudo evitar. Se lanzó hacia mí en un abrazo como si nos hubiéramos salvado juntos de un apocalipsis zombie.


Ahora, aquí es donde la cosa se pone divertida. Mientras ella me abrazaba, yo, con una mezcla de emoción y pánico, le dije: “María, me alegra mucho, de verdad… pero ¡guarda la sana distancia, por el amor de Dios! ¡Pandemia, María, pandemia!”. Entre risas nerviosas y lágrimas de alegría, ella dio un paso atrás, tapándose con las manos, como si hubiera olvidado que estábamos en pleno 2021. Nos reímos. Sí, porque la emoción del momento era más fuerte que el virus. O bueno, casi.


María había pasado cinco largos años buscando ese embarazo que se le resistía, y aquí estaba, en medio de una pandemia mundial, cuando ella pensaba que traía el bicho encima. Era irónico, pero era uno de esos momentos en los que la vida te sorprende con el giro menos esperado. Así que nos despedimos con una sonrisa —y un metro y medio de distancia, claro—, y le recordé que ahora debía cuidarse no solo de COVID, sino también de esa pequeña vida que llevaba dentro.


Así fue como, en medio de desinfectantes y cubrebocas, ayudé a una paciente a descubrir el inicio de su nueva vida como madre. Y aunque la alegría de ese momento fue un respiro en medio de los tiempos más extraños, nunca olvidaré el día en que la pandemia nos regaló una sonrisa… pero, eso sí, con distancia y con gel antibacterial de por medio.

 
 
 

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