Van Gogh, el Pintor que Escuchaba Colores. Una Mirada Médica a su Genialidad y Locura
- Dr. Julio Enrique López Ruigómez
- 18 feb
- 3 Min. de lectura

Ah, Vincent van Gogh, uno de mis pacientes favoritos, aunque tristemente nunca tuve el honor de tratarlo en persona. Pero si me hubieran dejado revisarlo hace unos 130 años, ¡otro gallo hubiera cantado! Eso sí, habría sido todo un desafío. Van Gogh no era solo un pintor excéntrico, era un hombre de mil colores… y de mil síntomas también.
Primero, hablemos de sus enfermedades, que es lo que más me llama la atención como médico. Para empezar, Vincent sufría de episodios psiquiátricos intensos, posiblemente una combinación de trastorno bipolar (en ese entonces conocido como "locura creativa") y, tal vez, epilepsia del lóbulo temporal. Esos altibajos en su ánimo eran tan marcados como sus brochazos de amarillo brillante o azul profundo. De repente, estaba pintando campos de trigo a un ritmo frenético, como si el tiempo se le escapara, y luego caía en periodos de profunda depresión, donde se aislaba y apenas hablaba.

Uno de sus síntomas más icónicos (además de cortarse la oreja, claro, pero ya hablaremos de eso) era su sinestesia. Vincent no solo veía el mundo, lo sentía de una forma completamente única. Para quienes no estén familiarizados, la sinestesia es esa condición rara donde los sentidos se mezclan, como si la realidad decidiera volverse abstracta, algo muy propio de Van Gogh. Se dice que Vincent "veía sonidos" y "escuchaba colores". De hecho, esa podría ser la explicación detrás de la vitalidad y el dinamismo de sus obras, como La noche estrellada. Cada trazo ondulado en ese cielo oscuro parecía moverse con la música cósmica que resonaba en su mente. Imagina vivir así: cada sonido que escuchas es un golpe de color en tu visión. Si Vincent escuchaba el viento, ¡veía remolinos azules y blancos! Si oía risas, ¡seguro pintaba algo en amarillo! La forma en la que percibía el mundo le daba una ventaja increíble a la hora de plasmarlo en el lienzo.
Ahora, ¿cómo manejamos hoy en día condiciones como las suyas? Si Vincent estuviera sentado en mi consulta, empezaríamos con una mezcla de estabilizadores del ánimo y tal vez algunos anticonvulsivos, dependiendo de su tipo exacto de epilepsia. Podríamos intentar terapia cognitivo-conductual, claro, pero sospecho que no le encantaría sentarse a hablar sobre sus sentimientos mientras él preferiría estar pintando girasoles. Eso sí, nada de "tratamientos" extremos como los que recibió en su época, como aislarlo en manicomios o atiborrarlo con sedantes sin ningún control real.

Sobre la famosa historia de su oreja: ¡qué dilema! Un autodiagnóstico un tanto radical, ¿no crees? Hoy lo veríamos como una clara señal de trastorno límite de la personalidad o un episodio psicótico agudo. Me atrevo a decir que en pleno 2024, le habríamos aconsejado buscar terapia antes de recurrir a la navaja. Claro que, con un tratamiento adecuado, podríamos haber salvado esa oreja y, tal vez, evitado algunos de esos episodios tan extremos.
Hablemos de los cuadros, ¿vale? Porque como aficionado al arte (y médico con algo de ojo clínico), los trazos de Van Gogh son fascinantes. Cada pincelada tiene fuerza, es casi como si pudieras sentir el peso de sus emociones mientras pintaba. A veces, en mi tiempo libre, me gusta pensar en cómo ciertos detalles revelan su estado mental: los colores vibrantes cuando estaba en sus periodos maníacos, esos tonos más apagados cuando caía en depresión. Y luego están esas pinceladas, tan deliberadas pero a la vez tan caóticas, como si su mente estuviera siempre al borde del colapso, y el único escape fuera plasmar todo en el lienzo.

Ahora, si Van Gogh estuviera vivo hoy, ¿Cómo sería? Probablemente tendría un canal de YouTube con millones de seguidores, haciendo livestreams mientras pinta y habla de la vida, el arte y las luchas mentales. Quizás hasta tendría una cuenta de Instagram llena de selfies con filtros artísticos y hashtag tipo #SunflowersVibes o #StarryMood. Pero, sobre todo, con la medicina moderna, sus episodios podrían ser controlados, y el mundo habría visto muchísimos más cuadros increíbles.
En fin, Vincent no solo es uno de mis pintores favoritos, es un ejemplo perfecto de cómo la genialidad y la enfermedad mental a veces caminan de la mano. ¿Qué hubiera sido de su arte sin esos altibajos, sin esa forma única de ver el mundo? Quizás nunca lo sabremos, pero lo que sí sé es que, como médico, seguiré admirando la complejidad de su mente tanto como la de sus pinturas.
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